La próxima vez ordeno el cuarto

Por cuestiones de islas y continentes, a mi madre nunca tuve que extrañarla mucho. El ausente era papá, viviendo a 90 millas de mis 15 años. Y estando en la isla, sí, que manera de extrañarlo.

Mami, en cambio, siempre estuvo ahí… con sus discursos  a flor de piel, el intento de congrís que quemaba a cada rato, o el sublime potaje de frijoles colora’os que duraba menos que pelo largo en manos de un estilista novel. Nunca tuve que extrañarla mucho.

Tuvieron que pasar otros 15 años para que, en vez de las fotos antiguas, la que decidiera poner distancia fuera yo. No se va el que no se mueve. Y las islas siguen estáticas, como si fueran el punto cero de un planeta que rota en el tiempo pero deja clavado un pedazo de tierra.

Aquí, desde lo lejos, hoy los extraño a ambos. Como si parte de mí se hubiera acostumbrado a la nostalgia, el pensar en papi ya no se me hace doloroso (son 15 años de experiencia); es mami la que duele ahora. Son, y perdónenme las palabras,  los gritos en la cocina y los «recoge tu cuarto» los recuerdos que más me llegan. No por falta de cariño (a nosotras nunca nos sobraron besos) sino por la certeza esa que viene después de que tiendes la cama, preparas el desayuno y la imaginas sonriendo.

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