Resumen de un año viejo

El 2019 ha sido (para mí) un año de despedidas y comienzos. En enero se fue mi abuelo, el mismo día del cumpleaños de mi hermano, como dejando claro que los ciclos están presentes lo quieras tú o no. Y sí, voy a ponerme cursi y melancólica, luego no digas que no te lo advierto.

Aquí va mi resumen, me debía el hemodiálisis desde hace algún tiempo.

1ro de enero, 2019. Uno de los días más lindos. Amigos que volvieron para la ocasión y una reconciliación interna. El mar caliente, Darcy y su botella de vino, la falta de taxis, la borrachera…

Mayo, momento de la despedida. Saber que vas a estar ausente del cumpleaños de tu madre y que una videollamada será tu regalo de mediodía.

Llegar a Bulgaria, sin frío. La primavera me explotó en la cara mientras soplaba como una niña un diente de león. Sí, pedí un deseo.

Comenzar a descubrir un país.

Koprivstisa, ese pueblito mágico que está en medio de las montañas me enamoró con sus casas de piedra y madera. Una especie de Macondo europeo escondido en los Balcanes.

La vista de las nubes en Lakatnik, las acampadas bajo las estrellas, empuñar un hacha para cortar leña, el kayaking…

El verano, que aquí se aprovecha al máximo. El mar Negro. Después de meses de pase ausente, entrar en esas aguas semioscuras fue un soplo de vida.

El hielo. En medio del verano fui a patinar en una de esas pistas con las que los Juegos de Invierno, retransmitidos en un país donde no nieva, me hacían soñar. Y el hecho de no caerme, de girar sin ruedas en medio de un redondel plateado, me inyectó esa felicidad que solo se consigue después de hacer el amor.

Hacer el amor también fue parte de este año, conocer a alguien que me hizo feliz vino incluido en el paquete.

Septiembre, que empezó como debía -en Cuba- la víspera de mis 31. Fue llegar a las 9, soltar la maleta y partir a bailar. Esperé las 12 cervezas mediante. Greter, Mary, Rachel… ellas ahí conmigo bailando la conga de mi cumpleaños.

La playa del día después, el eterno Marazul. Mami sonriendo con par de cervezas y papi llegando de su Miami cubano, dándome un abrazo que todavía no afloja.

Dos cumpleaños en uno. El dominó, el puerco asado.

El corte de pelo radical y esa tarde en el malecón. Claudia, Ale, Rachel, Mary… las cervezas de nuevo.

El regreso a Sofía con las historias en la maleta.

Los viajes.

Ay, esos maravillosos viajes que comenzaron por Romania con su Bucarest y los edificios de ensueño. La exposición de Banksy, el Arco de Triunfo, los souvenires del conde Drácula y la tradición de los imanes.

Macedonia con su acercamiento al arte. Ema y Ana en Skopia. La ciudad que, con sus esculturas por doquier y esas fuentes altísimas llenas de colores, me llenó los ojos. La carne, el desayuno en el barco y el restaurante cubano (que no era tan cubano nada) que me ensanchó la cintura.

Mi equipo de VMware. Harry, Tisho, Kiril, aprendí de ellos en 4 meses lo que no aprendí en Cuba durante años.

Kalina, toda ella, con sus espejuelos de Harry Potter que me hizo sentir bienvenida desde el primer día.

Kalina y su idea de Egipto.

Egipto. Un sueño hecho realidad al que le dedicaré en otro momento una historia aparte. Baste ahora con decir que me sentí una mota de polvo. Y que lloré, se me fue un Nilo en el Museo del Cairo.

Alejandro. Con las ganas de querernos y matarnos al mismo tiempo. Con un final que no fue ni feliz ni infeliz al mismo tiempo.

Oli y la tarjeta con los claveles.

Las lágrimas de un día nostálgico.

Malagón con el videochat interminable.

Mami de nuevo.

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